“Hace un largo tiempo que estamos habitando la casa de lo urgente”, dice el filósofo Santiago Kovadloff a propósito de la coyuntura crítica que vive el país, al que observa con esperanza en medio de un escenario oscuro. De visita en Tucumán para dar una conferencia sobre “La aventura de pensar: filosofía y salud mental”, analizó la coyuntura saliendo de la zona de confort como un ejercicio de tantear, dudar en marchas y contramarchas, con la idea de “encontrar el camino justo”.
-Hay momentos en que la desmesura se transforma en urgencia y los objetivos quedan detrás de la urgencia. ¿Cómo ve esta crisis?
-Yo diría que no es nuevo eso. Hemos fijado residencia provisional pero ya hace un largo tiempo que estamos habitando la casa de lo urgente. Hay dos calidades de urgencia; una, que es la necesidad de responder a las demandas y a los desafíos de la necesidad de sostenerse en el poder por parte de la política; y la otra es la de sostenerse en el poder para llevar adelante transformaciones que permitan bajar el nivel de urgencia con que se procede políticamente. O sea, hay urgencia en que logremos cambios estructurales y hay urgencia en sostenerse en el poder al precio que fuere. Argentina está tratando de transitar desde el apego al poder mediante la sujeción de la ley a la fuerza para ir hacia un concepto del poder donde sea el poder el que esté sujeto a la ley. Ese camino es nítido y difuso a la vez, necesario en la conciencia de muchos y verosímil, y encubridor y demagógico en la conciencia de otros, que entienden que ese cambio sólo añora enmascarar una voluntad de poder que crezca a expensas de las mayorías.
-¿Cómo ve en este sentido el liderazgo? ¿Cómo se asume el cimbronazo que vivimos?
-Veo conductas que me resultan muy contradictorias. Pero quiero poner el eje del análisis en lo siguiente: el peronismo que hizo frente a la presidencia de Raúl Alfonsín tuvo dos momentos muy importantes: la búsqueda de su aniquilación a través de 12 paros nacionales, y la conversión de sus fuerzas menos confrontativas en la irrupción de un peronismo llamado renovador que tenía a Antonio Cafiero en su cabeza. La aparición de Cafiero parecía significar que el peronismo estaba dispuesto a llevar adelante el juego de la vida parlamentaria y de la complementación entre adversarios dentro del sistema republicano. Eso parecía. Pero ni el empresariado ni el sindicalismo permitieron que ese proyecto cafierista prosperara lo suficiente como para que Alfonsín tuviera un adversario complementario. Ese ideal de (Ricardo) Balbín cuando se despidió de (Juan D.) Perón.
-Y ahora, ¿cómo es?
-Hoy estamos, creo yo, ante un peronismo parlamentario llamado racional por el oficialismo, que pareciera interesado en sostener las instituciones de la república. No cuenta, curiosamente, con un grado de previsibilidad muy alto por parte del oficialismo; es decir que el oficialismo a ese peronismo no parece ayudarlo mucho a su propia transformación. Eso se advierte en los desconciertos de (Miguel Ángel) Pichetto frente al Presidente. Y por otra parte hay un peronismo que tiene un diagnóstico terminal sobre el oficialismo. Ese pensamiento apocalíptico va de la mano de un kirchnerismo que se arroga la última palabra en el diagnóstico sobre el país necesario. Si se arroga la última palabra es porque no quiere hacer política. Porque la política es intercambio.
-¿Y el oficialismo?
-Y en el oficialismo yo advierto todavía apuestas no siempre respaldadas por los hechos. Una de ellas y fundamental para mí es el grado de verosimilitud alcanzado por el discurso oficial en la opinión pública. El presidente (Mauricio Macri) inició su vida institucional con un mensaje de bienaventuranza. ¿Era lo que se esperaba de él? Yo creo que él confundió su triunfo con la índole del apoyo que recibió, homologándola no a una expectativa realista sino a una fe incondicional. Por ese motivo es que la realidad terminó quitándole credibilidad a su discurso y obligando a retractarse a los voceros de ese discurso, postergando para “el semestre que viene” la resolución de los problemas que el país enfrentaba. ¿Qué espero yo de un Gobierno que ha cometido esos errores? Un hondo espíritu autocrítico, primero, no sólo en la transmisión de sus ideas sino fundamentalmente en la concepción de los problemas. Más cautela. ¿Capitales extranjeros en el país contra un trasfondo jurídico prostibulario? No, no. Son comerciantes, conocen su negocio, no quieren perder dinero, la Justicia que ellos reclaman tiene que ser previsible y consistente, de lo contrario, ellos no quieren ingresar al país. ¿Y los empresarios nuestros han sido aliados del desarrollo democrático? Yo puedo decirle con conocimiento que muy pocos. La mayoría de ellos han sido socios de la coyuntura. Entonces, en ese marco, el Presidente se enfrenta, creo que con decisión, a un panorama de versatilidades y complejidades que en cierta medida supera los recursos interpretativos de que dispone el discurso oficial. En ese marco yo le diría que ha habido avances formidables. El Ministerio de Seguridad, creo yo, está liderado por una persona (Patricia Bullrich) que ha probado su capacidad interpretativa de los hechos con una valentía y una constancia notables. En el campo de los Derechos Humanos, las denuncias que han permitido probar que no es lo mismo reivindicar la Justicia que cubrir a responsables o dar por víctimas a quienes están vivos. La labor de Abuelas de Plaza de Mayo sigue siendo respetada y alentada por el Estado. Creo al mismo tiempo que lo que se está haciendo en términos de inversiones en la reconfiguración de la patológica provincia de Buenos Aires es valioso; la reconstrucción de la realidad que lleva a cabo la gobernadora María Eugenia Vidal.
-¿Cómo ve la actuación de la Justicia en estos años? ¿Una mejora o simplemente un cambio de posiciones?
-Yo llamaría mejora a la posibilidad de advertir la presencia de jueces y fiscales que evidencian la necesidad de que la Justicia se transforme. Germán Moldes es una figura cabal entre los fiscales argentinos. Junto a él se puede mencionar al que ha llevado todas estas causas contra el Gobierno anterior con un coraje notable, el juez (Claudio) Bonadio. Hay figuras muy valiosas en el campo de la Justicia. Lo que ocurre es que están todavía enfrentadas a estructuras de poder monopolizadas por un concepto perverso, que es la idea de que la Justicia constituye una agremiación sindical que opera con el poder sin referencia a las demás entidades del Estado. Mi síntesis es esta: la Argentina podrá empezar a ser otro país el día en el que la política esté al servicio de la ley y no a la inversa. Añado: ¿puede la Argentina estar al servicio de la ley? Es altamente improbable y fundamentalmente imprescindible.